martes, junio 12, 2007

:: Lupe


La mujer es como el agua, penetra y transforma hasta la piedra.
Fotógrafo: Amélie Olaiz

En la antesala del quirófano, los González, reunidos, esperaban las noticias del médico.
–¿Por qué se le habrá ocurrido a este pendejo hacerse la vasectomía?, ¿no se quedará impotente?– preguntó Ricardo.
–Claro que no güey, si la cosa es fácil, además en estas épocas y con cinco chamacos. Si ya se tardó.– respondió Jorge.
–Cuando le tocan a uno esos puntos, nada es fácil hermano, nada...–argumentó Ricardo
–En eso si tienes razón– concluyó Jorge.
–¡Ahí viene el doctor!
Enfundado en el traje azul del obrero que repara el cuerpo humano, el urólogo se dirigió hacia los familiares de su paciente.
–¿Cómo está mi hermano doctor?
–¿Salió bien? ¿Ya terminaron?
–¿Lo podemos ver?
–No señores, todavía no terminamos, quiero hablar con la esposa del paciente.
–¿Qué pasa doctor? ¿Hay algún problema?
–¿Se murió mi hermano?
– Cállate pendejo, ni digas esas cosas. ¿Verdad que no se murió?
–No no no, todo está bien, sólo quiero consultar algunos detalles con la señora ¿Dónde está?
–Lupe. ¿Dónde se metió esta vieja?
–¡Lupe! ven acá que el doctor te solicita.
–Dígame doctor ¿Qué pasa?
–¿Puedo hablar con usted en privado un momento?.
–Sí, como no –respondió Lupe
–Venga conmigo –pidió el médico
Caminaron por el largo pasillo y entraron en un consultorio austero.
–Siéntese por favor–indicó
–Señora, lo que le voy a decir es muy delicado, le ruego me responda con toda sinceridad.
–Usted dirá doctor.
–Tengo entendido que ustedes tienen cinco hijos.
–Así es.
–Exploramos a su marido y después de hacer la disección no encontramos los conductos deferentes que conducen los espermatozoides hasta los testículos.
—¿Qué es eso doctor?
–A ver, mmm... lo que quiero decirle es que su esposo tiene un problema de nacimiento que no le permite tener hijos.
–Sí, ya me lo imaginaba.
—No entiendo. Sería tan amable de explicarme.
–Mire doctor; cuando empezamos a buscar familia, pasaron muchos meses sin que lográramos el embarazo. Como usted comprenderá, estar cada mes con la esperanza y luego con la frustración es muy cansado, se va uno poniendo triste y de mal humor. Me fui a checar con el ginecólogo y dijo, después de una revisión completa, que todo estaba en orden. Que sería prudente que mi esposo también se revisara para ver si no tenía él algún problemita.
Por más que le dije a mi marido, no hizo caso. Dijo que yo estaba loca, que él era como semental y que mi ginecólogo era un pendejo, que la cosa no iba por ahí. Total que fui a ver como cinco doctores, sólo para estar bien segura. Después del tercer médico que visité, pensé que ya no tenía caso gastar saliva, mi marido es necio como una mula. Vi a los otros dos nomás por no dejar, todos dijeron lo mismo.
Él es un buen hombre, tiene sus cosas, como todos, pero a mí me gusta así. Conociéndolo como lo conozco, sabía que si no me embarazaba pronto iba a buscar otra mujer, por puro orgullo. Su hermano Ricardo siempre le decía: “Vamos a calar este potro con otra yegua, verán que lueguito tenemos crías”. Esos comentarios ofenden la dignidad de uno, doctor. Sobre todo sabiendo que de cualquier manera iba a ser la misma historia con la otra. Como usted comprenderá no quería perder a mi marido.
Pensará usted ¿Dónde queda la moral?. No crea que la tengo tan perdida, soy educada en familia católica, pero la verdad es que lo que dicen los curitas, no le sirve mucho a uno. Puras prohibiciones y deseos bien intencionados que a la gente se le olvidan en cuanto sale de la iglesia, eso sí, se llevan un montón de culpas cargando que nomás sirven para amargarse la vida y amargar a los demás. Porque, aunque algunos las hayan confesado, nadie se cree que con dos rosarios se borran. Yo respeto mucho a la Virgen y le tengo su devoción, pero eso de padecer como mártir cuando uno puede evitarlo, no va conmigo ¿Qué caso tenía que sufriéramos los dos? La cosa era práctica, un poco riesgosa, pero la pensé muy bien. Empecé a escoger compadre para cuando naciera el niño. Pedro estuvo de acuerdo y hasta le dio gusto que pensara yo con más ánimo. Nomás escogimos compadre y a los diez meses nació el primer chamaco. Cada vez que quería aumentar la familia, como si fuera un conjuro, nos poníamos a pensar quién sería el próximo compadre. Todos los seleccionados estaban casados y tenían prole. Así nos hicimos de cinco hijos y de cinco compadres.
–Pero, ¿ saben ellos que son los padres?
–A lo mejor uno que otro mira al ahijado con duda, algunos, por lo alcoholizados que estaban, no se acuerdan ni de lo que pasó. Ahí le dejo a usted el asuntito, pidiéndole de favor que lo resuelva con la mayor prudencia posible.
El urólogo salió del consultorio dirigiéndose con paso firme al quirófano.
Regresó media hora después diciendo, a los ahí reunidos, que la cirugía había sido un éxito y que en breve podrían ver al paciente. Una mirada de complicidad se cruzó en el ambiente.